viernes, 24 de octubre de 2014


La veo bajarse del micro, se sigue riendo. Ya no la amo, ahora la odio. Al menos llegaré a mi clase. Obviamente no fui tras ella para hablarle e invitarle una pizza. El cólico estomacal vuelve mientras saco mi horario de la mochila para ver en qué salón me toca. El ciclo ya lleva unas semanas pero aun no me aprendo de memoria el itinerario.

No sentía tanta rabia desde ese verano en que mi viejo me trasquiló con una Gillette y un peine. No le gustó mi corte honguito que estaba de moda y me sentó en un banco en el medio del garaje para cortarme el pelo como un verdadero macho debe usarlo.

Al poco tiempo fui un día a buscarlo a la playa, llevando bajo el brazo la caja con los 150 vinilos de su música favorita. Pasé caminando a su lado y ni se dio cuenta, llegué al agua y entré hasta que me llegó a las rodillas, saqué mi cel y lo llamé. Me saludó cariñosamente, seguro para figurar con sus amigos:

- –        Hola hijo ¿cómo estás querido?
- –        Acá, saludándote… mira para la orilla
- –        ¡Hey! ¿y qué haces ahí metido con ropa? ¿Qué estás cargando?
- –        Una sorpresa… apúrate, ven a recoger tus discos viejo huevón – Le dije mientras vaciaba la caja en el mar.

Ahora necesito una satisfacción así para superar esta burla. Algo que haga que cualquier castigo o golpiza a la orilla del mar valga la pena, algo de lo que nunca me arrepienta así cambie mi vida para siempre… ok, no llegaré a clase - ¡En la esquina baja!

Ahí la veo caminando una cuadra atrás. Voy a devolverle su pañuelo a esa bastarda.


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