Roberto lloraba. El maquillaje corría por su rostro sin gracia. Las lágrimas calientes caían en enormes gotas sobre el encaje de su escote. La bofetada le había dolido realmente; en la cara y en el corazón. No sentía rabia. Se sintió ridículo y tuvo miedo. Su padre volvió a levantar la mano y él apretó los dientes. En ese instante recordó su entusiasmo de las 8 de la mañana y supo que no se arrepentiría nunca de ese día.
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