domingo, 11 de enero de 2015


Fue culpa del Negro y su afán por las papas rellenas. Se ha peleado con una tía por un vuelto de 10 céntimos y la señora es la engreída de la barra. De la nada, siento un codazo en la cabeza. Me agacho cubriéndome la nuca.

Alcanzo a ver la zapatilla de mi hermano pero no en su pie. El instinto de protección se me enciende mientras sigo recibiendo golpes. El Negro también es mi familia, tengo que salvar a este par de huevones.

Antes de ponerme todo lo berserker que me he imaginado, una mano recia y aspera de pela papas me jala del cuello mientras grita ¡ya carajo, suelten a los chibolos! – Tía, pero te estamos defendiendo - ¡Suelta mierda! ¿o quieres que hable a tu mamá regresando a la casa?

Entre los últimos lapos que recibo, veo que el Negro y la Daga están a salvo, bien abollados eso sí… el Negro incluso está llorando. Muy piraña se cree pero aun no le llega ni a los talones al abuelo.

Menos mal se parece harto a él. Esa tía no nos salvó a nosotros. Salvo a los de la barra. El abuelo los hubiera arrasado uno por uno si nos llegaban a cagar bien. Menos mal que la tía se dio cuenta. Y menos mal que ganamos clásico.

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