Fue culpa
del Negro y su afán por las papas rellenas. Se ha peleado con una tía por un
vuelto de 10 céntimos y la señora es la engreída de la barra. De la nada, siento un codazo en la cabeza. Me agacho cubriéndome la nuca.
Alcanzo a
ver la zapatilla de mi hermano pero no en su pie. El instinto de protección se me enciende mientras sigo recibiendo golpes. El Negro también es mi familia, tengo que
salvar a este par de huevones.
Antes de
ponerme todo lo berserker que me he imaginado, una mano recia y aspera de pela papas me jala
del cuello mientras grita ¡ya carajo, suelten a los chibolos! – Tía, pero te
estamos defendiendo - ¡Suelta mierda! ¿o quieres que hable a tu mamá regresando a
la casa?
Entre los
últimos lapos que recibo, veo que el Negro y la Daga están a salvo, bien
abollados eso sí… el Negro incluso está llorando. Muy piraña se cree
pero aun no le llega ni a los talones al abuelo.
Menos mal
se parece harto a él. Esa tía no nos salvó a nosotros. Salvo a los de la barra. El abuelo
los hubiera arrasado uno por uno si nos llegaban a cagar bien. Menos mal que la tía
se dio cuenta. Y menos mal que ganamos clásico.
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